Esa Mala Fama



Por: Ramón Requena Guerrero






La verdad es que no entiendo por qué tengo esa fama, pero cargo con ella desde mi adolescencia y me ha acompañado fielmente a través de largos y azarosos años, y sospecho que continuará a mi lado por mucho tiempo más. Es como un sobrenombre, como una marca permanente en la frente que las mujeres saben descubrir aún sin conocerme bien, aunque debo decir que si bien esta fama, de la que mi madre se avergonzaría hasta las lágrimas si la conociera.





A mi nunca me ha sobresaltado, menos inquietado, por el contrario la he cargado con dignidad, autoridad y, por supuesto, con resignación, como todo condenado que acepta su culpa honrada y valientemente ante la sociedad.






Y son cosas que uno no maneja, que resultan imposibles de controlar, que aparecen en tu vida de repente sin sospecharlo siquiera, y aunque protestes, lo real es que los amigos terminan marcándote para siempre con tinta indeleble y sin derecho a defensa.






Es así como escribes el primer reglón de tu primer curriculum vitae –CV-, no el de tu record laboral, no, sino el más dramático de todos: tu vida pelada. Por supuesto no todos ni todas tienen capacidad para aceptar su destino.






He conocido a muchos que sufren con su fama, el sobrenombre, con la chapa y el alias; que se esconden por no sentirse avergonzados frente a ese saludo absoluto y condenatorio que te estampan con alharaca y buen humor en media calle, pero que a los tímidos, espero que solo sea por timidez, les cuesta asimilar así hayan pasado cuarenta años.





"!Osooo ... ositoo ... Osooooo !".






Mi amigo "oso'", el de la infancia, el que me acompaño en tantos partidos callejeros, con el que perseguíamos lagartijas y buscábamos huesos en la huaca de La Católica.





Jamás volverá a responder a mi saludo, ignora mi bulla, los aspavientos que hago desesperadamente para que me ubique al otro lado de la vereda pensando que no me escucha.






Pero pronto me doy cuenta que mi viejo compañero de travesuras se hace el estúpido para demostrarme que ha borrado de su CV ese pasado infantil y ya no se dejará llamar "oso" ni "osito", ni responderá el saludo si sigo llamándolo cariñosamente como en los años 60 cuando chivateavamos en el barrio de Clement con sus casa bonitas de clase media, bien pintadas, aunque nosotros vivíamos justo enfrente, en el callejón que llamábamos "quinta" para alejarnos de esa imagen deprimente que la gente zanahoria de Pueblo Libre, tenía de los Barrios Altos.






Con el tiempo comprobé también que a los colegas, igual les desagradaba la fama de sus años iniciales en la carrera. "Cara de nabo" pedía por favor que ya no lo volvieran a llamar así frente a los jóvenes y mal pagados periodistas del canal, ahora es una figura mediática de nuestra televisión deportiva.






Y hay otros con famas más escandalosas todavía como los "mermeleros", esos de los que siempre se cuentan anécdotas en el gremio; y para variar, también hay los delincuentes que vendían sus reportajes a terceros.






Pero conocí otros peor aún, gente con reputación y fama de coqueros y que luego, por esa pendejada que tan hábilmente manejan algunos, saltaron de pronto a otra clase de fama que los ha convertido en una especie de héroes o cosa parecida por la "libertad de prensa" en el Perú que Fujimori –ahora no sabe, no opina- nos robó. Increíble.






Si fuera cierto, en buena hora y merecido el adjetivo, pero éstos coleguitas nunca defendieron nada, menos la libertad y tampoco a la Prensa, a no ser cuando estuvieron generosamente subvencionados para que dramatizaran en público el libreto que otros escribían.






Y en ese capítulo, es justo decirlo, también conocí políticos con la misma fama, o mejor digo calaña, que en estos tiempos, veo, a mi regreso de mi largo periplo por Europa, han salido de circulación.





Pero también hay de los otros, los que tienen fama de "cacheritos", esos coleguitas que se hacen sesentones insoportables y a quien no puedes recomendarle ni a tu hija como practicante porque al primer descuido quieren levantársela en una flagrante figura de abuso de autoridad y acoso sexual.






Medios hombres que ya no son capaces de enamorar, solo les queda violar.



! Infelices ! .






En fin, como verán, si de fama se trata hay de todos los colores y olores, y la mía, aunque delirante, tormentosa, voluptuosa y media rosa, pues comparada con la de otros tantos malandrines de aquí y de allá, al final no resulta tan escandalosa sino mas bien curiosa y melosa, a lo mas, quisquillosa, por lo que entonces no vale la pena hacer melodrama ni caer en provocaciones cuando de alguna forma, todos, o casi todos, hemos cometido mas o menos el mismo pecado aunque en diferente esquina.






Vale decir, la fama es la fama y se respeta ¡ Carajo… para bien o para mal.
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